«Y si el plan A no te funciona…»
En algún momento de nuestra vida idealizamos qué queremos o esperamos que nos pase. Proyectamos dónde viviremos, a qué nos dedicaremos, cuántos hijos tendremos, e incluso dónde nos iremos de vacaciones. Se trata de nuestro «plan A». Ese plan está marcado por nuestras experiencias de vida, por los aprendizajes que hemos ido teniendo y por nuestra idea de felicidad. Pero, ¿es el «plan A» siempre el mejor?
Nosotros somos quienes proyectamos los distintos caminos que deseamos tomar en nuestra vida. Nadie más que uno mismo sabe qué quiere en la vida y qué espera de ella. Pero esos deseos o necesidades cambian, pues nosotros estamos en contínuo cambio y lo que hace unos años era el plan ideal de vida, ahora solo de pensarlo puede resultar asfixiante.
Así pues, no se trata de asumir que el «plan A», ese plan inicial de proyección de vida, es el idóneo, y que cambiar de ideas es ir en contra de nuestros principios. Tampoco vale el pensar que el plan B, C, o G son alternativas o proyectos segundones a ese plan ideal. Nosotros somos el plan. No hay metas, no hay objetivos que cumplir; solo planes que se van cambiando y nos vamos adaptando a ellos.